Abro la puerta. Siento que me he adentrado en Siberia. Y me doy cuenta que me estaba ahogando en mi habitación. Recorro el pasillo en busca de un vaso de agua. También está fría.
Vuelvo. Demasiada luz. Demasiados folios sobre la mesa y sobre la cama. Debería sentarme. Veo en la estantería un libro que leí hace años. Recuerdo que me gustó, pero no si llegué a entenderlo. Comienzo a leer. Voy recordando. ¿Estaba muerto?, era extraño. No me convence su forma de escribir. Sí. Puede que no llegase a entenderlo. Y creo que estaba muerto, pero no sé...
Los tres cafés no han hecho efecto. Tampoco la coca-cola light. Tengo sueño. Miro el reloj. Es tarde. Debería seguir estudiando. No quiero. Recojo las montañas de apuntes que hay en la cama y los voy colocando, primero sobre la silla y luego sobre la mesa, cada uno perpendicular al siguiente. Sin otro orden.
Quiero dormir. Mañana estudio todo el día, me digo. Ya en la cama, pongo el despertador. Tengo que madrugar. Marco las 10:00. Sé que es demasiado tarde, pero levantarse antes del mediodía cuando no hay clase supone todo un desafío. Y yo quiero dormir, dormir, dormir.
Apago la luz, me doy la vuelta. Con el bostezo se encharcan los ojos. Pienso en ello. Noto como se va pausando la respiración. ¿Y si llegara a pararse? Me giro de nuevo, enciendo la luz y comienzo a escribir. Hasta aquí.
Me he desvelado. Podría aprovechar para leer o estudiar. No. Quiero dormir.
Buenas noches.
Ya no te oigo cuando gritas. Escucharte, dejé de hacerlo hace tiempo. Pero ahora mis oídos filtran tus ladridos, traspasando sólamente un zumbido molesto.
Costumbre. Monólogo tras otro, tan iguales siempre que ya no afectan. Puedes seguir creyendo que soy la culpable de todos tus portazos, pedir lo que no tengo y esperar que dé mi brazo a torcer.
Lástima que lo rompieras hace años..... y no te acuerdes.
Qué complicado. Encontrar las palabras precisas para que unos desconocidos entiendan lo que es, y no otra cosa. Qué difícil hacerlo al final de un día donde nada ha sido como debería, como siempre ha sido. A las 9:30 me despertaba el teléfono, a las 10 conducía sin música, quince minutos después me esperaba una mirada que con los años se ha entristecido tanto que incluso a cambiado de color. A uno mucho más claro y opaco, aunque también más brillante, no sé. Las horas se han hecho eternas. Y a mí, poco a poco, me invadía una sensación extraña y desoladora.
Los regalos se han abierto 12 horas después. Pero me alegro tanto...