Cuánto hacía que no se me revolvía así el estómago. Creo que aquella tarde no era lunes, aunque el lunes pasara a ser el mejor día de la semana. Después vinieron los martes, miércoles, jueves, viernes y algún sábado también. El domingo sólo tenía una canción.
He recordado, he leído y ahora escucho las mismas palabras que te escribí aquella tarde. Puedo sentirte un lunes sí y quince no. Tu mundo no se paró. El mío tampoco. Seguiste buscando y el reloj acabó midiendo de todo menos el tiempo.
Y después de tanto, una frase seguirá siendo cierta.
Tan profundo, como se guardan los secretos más tristes y se clavan las verdades en el pecho. Tan cierto, como abandonarse a los días y arroparse con el recuerdo adulterado de lo que fuiste. Tan cobarde, como encontrarte en cada verso... olvidando que ya no hablan de ti.
Tan real, como descubrirme en silencio.
T lo sabía. Sabía que L no podía desentenderse de sus obligaciones, como tampoco podía él, pero la conversación prosiguió, repitiendo las súplicas él y el rechazo de ella; las propuestas y las excusas, y las lágrimas de ambos.
Al final, L tuvo que obligarlo a marcharse. En la puerta, ella le hizo prometer que se iría sin despedirse y cerró. Apoyó la espalda contra la madera, temblando al notar que T aporreaba la hoja, aferrándose al estómago con un brazo y tapándose la boca con la otra mano, mientras él hablaba desde el otro lado y le prometía que regresaría, que volvería a buscarla. L se quedó allí hasta que T se cansó y se rindió, y luego oyó sus pasos desiguales hasta que se perdieron en la distancia y todo quedó en silencio, salvo por los disparos que se oían en las colinas y su propio corazón que palpitaba con fuerza en su vientre, en sus ojos, en sus huesos.
K.H