T lo sabía. Sabía que L no podía desentenderse de sus obligaciones, como tampoco podía él, pero la conversación prosiguió, repitiendo las súplicas él y el rechazo de ella; las propuestas y las excusas, y las lágrimas de ambos.
Al final, L tuvo que obligarlo a marcharse. En la puerta, ella le hizo prometer que se iría sin despedirse y cerró. Apoyó la espalda contra la madera, temblando al notar que T aporreaba la hoja, aferrándose al estómago con un brazo y tapándose la boca con la otra mano, mientras él hablaba desde el otro lado y le prometía que regresaría, que volvería a buscarla. L se quedó allí hasta que T se cansó y se rindió, y luego oyó sus pasos desiguales hasta que se perdieron en la distancia y todo quedó en silencio, salvo por los disparos que se oían en las colinas y su propio corazón que palpitaba con fuerza en su vientre, en sus ojos, en sus huesos.
K.H
Escrito por nitt | 16 de Noviembre 2008 a las 03:59 PM