Suelo olvidar que en el papel no hace falta realidad. Las casualidades existen. Y en el mío, que no es del todo blanco, las rectas son parábolas con final y principo enmarañado. Puedes fijar la mirada en la pared desnuda y ver tantos colores como crees conocer. El tiempo: irracional en el aire y preso en los versos, nos marca segundo a segundo. Letras. Sueños. Miedo. Te puedo encontrar. Y perder en dos horas. Llamarte, buscarte, borrarte. Tres palabras. Siempre tres. La puerta del edificio de atrás lleva a tu cuarto. Tu mano se cuela entre mi pantalón y la mía. Miradas. Césped. Dos folios y un día. Una historia. La nuestra? La suya? Sólo la mía?
Insomnio. El problema no es la falta de sueño sino el exceso de ganas. Debería consultar al diablo. Porque no sé hasta qué punto es justo traerte de noche. Ni tampoco el castigo por robarnos las manos. Y tú a mí los ojos, sobre todo los ojos, que te siguen a oscuras.
No debí abrir la ventana. Un cielo gris ha echado el ancla. Y el golpeteo de la lluvia contra el cristal es la mejor nana cuando el edredón te llega hasta las orejas. Había olvidado la sensación de saber que nada falta para un momento perfecto. Y es que la añoranza cubre ahora otros horizontes más cercanos, más reales, más dulces y míos.