Te marqué un día en el calendario y lo puse en tus manos. Me miraste, te miré. Me lo devolviste y escribí algo con una sonrisa en los labios. Volví a ponerlo en tus manos. Y ya no hizo falta más.
Gracias.
Me preguntas y respondo siempre lo mismo. Te pregunto aún sabiendo lo que te pasa. No obtengo respuesta hasta que me descubres la misma. Lo sabía. Lo sé. Que desde aquel día no estás bien, no como antes. Que, a veces, me falta tu sonrisa. Y, con ella, la mía. Que, en la habitación, ya no retumba tu risa como antes. Sólo las carcajadas que te robo con "cosquillas" en la tripa. Y es entonces cuando me duelen los mofletes de tanto reír. Cuando volvemos a estar como antes.
Me preguntas y me calla la tristeza. El silencio que tú no soportas, a mí me quema por dentro. Porque lo único que ocurre es que te tengo lejos, que no duermes conmigo ni te preparo desayunos. Que no hay piezas de puzzle escondidas en el sillón ni zumos baratos que "están ricos...". Ni besos, ni abrazos, ni te quieros al oído. Ni subidas de escaleras, ni ensaladas y "comida sana". No estás. Y contigo se fue mi sonrisa. O quizás la metiste tú en la maleta porque Diuk no cabía. No te olvides, entonces, de traerla de vuelta. Aunque sabemos que en cuanto te vea, aparecerá sola. Porque ya no me hará falta dormir con un jersey azul.
Diuk... Diuck... Dyuck... Dyuk... Diuc? Tú sabes como se escribe? :p
Han pasado apenas cinco horas. Y hace diez, mi corazón se deshacía en pedazos que fuiste guardando con tu ropa en la maleta. Una maleta negra que, al abrirse, dejó escapar las primeras lágrimas. Aunque, en realidad, hubo algunas antes. Podría haberte dicho que eran culpa de la humedad de tu cuarto. Y te lo habrías creído hasta que llegó la hora. Porque allí no había humedad, sino un ambiente cargado de recibimientos y despedidas. Una despedida que hoy lo inunda todo.
Comencé a caminar en sentido contrario al de nuestra llegada. Mi camino de vuelta. Sólo mío. Y sentí, a cada paso, como un hilo (atado a mi pecho) se iba alargando más y más. Porque atrás quedaba una esencia vestida de negro... y al frente, no había ningún camino de baldosas amarillas. Sólo un sendero mecánico por el que me alejaba sin mover los pies.
Tu imagen se iba haciendo cada vez más borrosa y, por mucho que clavase mi mirada en el suelo, me resultaba imposible adivinar la superficie a pisar. Y noté unos cuantos pares de ojos encima de mí. Parece ser que la gente no conoce el llanto. Ni la añoranza. Ni...
Son demasiados días sin escribir a mano, sin ideas claras.
No me hagas caso cuando te diga que he perdido la inspiración. Es sólo que ya no sé hablar. ¿Ves?