No puedo dejar que ocurra de nuevo. No quiero más caídas después del máximo ascenso. Pero volverá a pasar una y mil veces porque, al fin y al cabo, me encanta subir y todo lo que sube tiene que bajar. Ya lo avisaba Newton.
He aprendido a esquivar las piedras más grandes. Las frágiles y lisas aún se me resisten. Me ha devuelto la ilusión sin saberlo. Acaso lo sé yo? No.
Es absurdo temer el final de la historia interminable. Pero más complicado es esperar que no llegue y verlo venir en cada sueño. La realidad me amenaza semana sí, semana no. Y yo sigo reprimiendo las ganas de devolverle mi último grito.
Creo que voy a abandonarme al viento. Que las corrientes de aire me lleven a mi destino. Y si el aterrizaje duele, ya estaréis para ofrecer tiritas. Porque, aunque no lo parezca, confío más de lo que parece... y me siento segura al veros tras el cristal.
No sé si te lo dije alguna vez, pero me encantaba escucharte tocar. No es poca la admiración que sentía y siento en ese aspecto. Daba igual la canción que escogieses. Cada acorde y melodía resultaban perfectos, precisos.
Alguna vez te pedía que tocaras algo y siempre me preguntabas que qué quería, lo que quieras contestaba yo cuando necesitaba perderme. Otras veces te pedía algo en concreto y siempre accedías a mis propuestas a no ser que no te supieses la canción (rara vez).
Era el mejor momento de la tarde. Recuerdo una en concreto:
Yo estaba sentada en el suelo con la espalda en tu cama y tú sentada en ella, con tu guitarra, apoyada en la pared tras de mí. Tenía la mirada perdida en el suelo de tu habitación. De repente dejaste de tocar un tema que yo conocía. Se hizo el silencio y lo rompiste con unos acordes desconocidos para mí. No me sonaba y escuché atentamente tratando de identificar sin éxito la melodía. Opté, entonces, por escuchar sin más. Me pareció precioso y cuando acabaste te pregunté: qué era?. Nada fue tu respuesta.
Me giré y vi en tu rostro aquella expresión que entristecía tus ojos cuando La recordabas. Intuí el significado y supe que no volvería a oírlo. Deduje, no sé si de forma equivocada, que lo compusiste tú y para quién lo hiciste.
El otro día, después de tanto tiempo, pude escucharte con guitarra nueva aunque no en directo. Fue una casualidad que la tarde anterior pensara en por qué no me pasaste nunca una canción, alguna de las que escuchaba en ese momento, aunque fuese sólo la voz de tu guitarra.
Tu guitarra... increíble el miedo que pasé la primera vez que la pusiste entre mis brazos. Nunca había acariciado una guitarra acústica. Tan negra y brillante... preciosa. Pude sentir el cariño que la tienes y me asustó aun más. Ése temor me hizo decirte, mientras te la ofrecía de nuevo (no rechazar), que no quería tocarla. No sé hacerlo. Toma fue mi respuesta a tu mandato: Toca!. Tu mirada en ese momento decía cómo? Te ofrezco Mi Guitarra y me dices que no la quieres? No se la dejo a casi nadie y me la devuelves???. Ofensa, pude advertir... y entonces me quedé con ella sin atreverme a poner un sólo acorde.
Con el tiempo, y tras enseñarme tú a aporrear con algo más de sentido dicho instrumento, perdí el miedo (aunque no el respeto) por ella.
Y gracias por bautizar a Krave. Tus manos han sido las únicas que le han permitido sonar decentemente.
The Reason... el título de la canción número 13 del último CD que me grabaste y, por tanto, el título del disco. Como hacíamos siempre.
Sí, no me importa que sepas que te estoy escribiendo. Aunque tampoco sé si lo leerás, porque quizás no me visites desde entonces. Es igual.
Todavía guardo mil recuerdos de todo este tiempo. No supe tirarlos a la basura. No es tan fácil como pulsar esa tecla del teléfono que hace el trabajo duro por ti.
Sé que no es comprensible el sentimiento que hoy me provocas, a pesar de que alguien me haya dicho que sí lo es. (Sabemos que nunca dejaré de ser tan cabezota).
Anoche atravesé un cruce al lado de la muerte. Con aspecto metálico y siempre de color negro. Un quiebro brusco y acertado nos libró de ella. O tal vez se aburría y sólo quiso asustarnos.
Hoy, el miedo por lo desconocido o el tiempo, te han traído de vuelta. Escucho tu música y te extraño.
Por qué tuviste que hacer todo aquello? Por qué dejaste que el odio consumiera tu recuerdo? Por qué negaste tus afirmaciones? Por qué provocaste este abismo insalvable? Por qué me has robado a la única persona que me conoce?
Por qué te echo de menos? Por qué te odio? Por qué no soy capaz de verte como me has demostrado ser? Por qué me obligaste a perdernos?
No puedo perdonarte el daño provocado, ni la decepción, ni el llanto. No puedo perdonarte haber perdido a mi amiga, ni tus mentiras, ni haber borrado todo el cariño que te tuve. No puedo perdonarte y aún así hoy te echo de menos.
Ojalá el despertar me traiga que todo aquello no fue verdad. Ojalá despertase una mañana sabiendo que eres mi amiga. Ojalá no me hubieras engañado.