Gritos. En casa, en la calle, escritos. Y en mi cabeza. Sobre todo en mi cabeza. Si despiertas con ellos olvídate de no escucharlos en todo el día. Mentiría si dijese que quiero gritarte. Aunque te grite con fuerza en silencio. Tan fuerte que retumban todos mis órganos, no dejándome dormir, comer, ni pensar.
Y, aun así, no puedo parar. Porque esto es algo más que rabia o tristeza. Algo incomprensible que sólo me permite eso... gritar.