Esta tarde, la ducha ha sido su refugio. Las lágrimas no podían aparecer por el pasillo. Ha intentando vencerlas pero viéndose incapaz, ha volado a la bañera a disfrazar sus lágrimas con el agua.
Una vez dentro ha explotado. A salvo de miradas inquisidoras puede mostrar su rostro. Bajo el agua, su dolor pasa desapercibido pero sigue doliendo y más que nunca. Apura el agua fría al máximo tratando de congelar todo su cuerpo, aunque sus ojos siguen ardiendo y no sabe qué hacer.
Llega el derrumbe y queda agazapada al amparo de la lluvia artificial. La imagen impresiona incluso a la protagonista.
Las lágrimas no cesan y el sonido del agua caer silencia su llanto desconsolado. Demasiados minutos en lo que se considera una ducha normal y su pecho y su piel reaccionan ya a las bajas temperaturas.
Suplica quedar congelada ahí mismo, que sus latidos se apaguen y que su temor desaparezca ignorando los temblores ocasionados por el frío.
A punto de llegar a la desesperación, sale de allí sin haber cumplido su propósito.
No es tan fácil helar el corazón.