Intenté ser de piedra y me quedé en eso... en intento. No soy tan dura ni tan fuerte.
Hielo... así soy. Al principio estaba bien. He ido congelado personas a mi paso y yo he seguido con la misma temperatura, siempre bajo mínima. Pero hay un problema: que el hielo no dura eternamente en estado sólido y las circunstancias hacen que pase primero a estado líquido.
Es fácil derretirme, ahora lo sé. Vienes... y tus palabras, acciones y pensamientos se encargan de ello. Algún día acabarás conmigo y este hielo desaparecerá en tus manos. El agua irá resbalando y caerá al suelo, para luego evaporarse y subir al cielo, donde a mitad de camino encuentre el final de su existencia.
No me gusta verte tristona. En fin, ser agua no esta tan mal... yo busco agua para limpiar mi corazon y que pueda volver a amar, eso el hielo no lo hace.
Siendo agua puedes llegar a cualquier rincon, no hay abertura que se te resista, siendo hielo estaras condenada a no moverte.
Mi deseo es dejar de ser hielo para convertirme en puro agua. Sin este preciado liquido, no hay esperanza. ¡Ser agua no esta tan mal!
sí, puede que träne tenga razón...
por lo menos tú sabes en qué estado estás. yo cada día voy del uno al otro, y estoy pillando un mareo a base de evaporaciones y solidificaciones k no veassss...!!! ;)
Huella dejada por mon a las 21 de Junio 2004 a las 04:30 PMUhm... Te evaporas y no queda nada... Perfecto. Me dejas contarte otro cuento? (Alguien quiere el puesto de cuentacuentos...)
"Aquiel día, Sinclair se levantó como siempre a las siete de la mañana. Como todos los días, arrastró sus pantuflas hasta el baño y desoués de ducharse se afeitó y se perfumó. Se vistió con ropa a la moda, como era su costumbre, y bajó a la entrada a buscar su correspondencia. Allí se encontró con la primera sorpresa del día; ¡No había cartas!
Durante los últimos años su correspondencia había ido en aumento y era un factor importante para su contacto con el mundo. Un poco malhumorado por la noticia de la ausencia de noticias, apuró su habitual desayuno de leche con cereales (como recomendaban los médicos) y salió a la calle.
Todo estaba igual que siempre: Los vehículos de costumbre transitaban las mismas calles y producían los mismos sonidos en la cuidad, que se quejaba igual todos los días. Al cruzar la plaza, casi tropezó con el prefesor Exer, un viejo conocido con quien solía conversar largas horas sobre inútiles planteamientos metafísicos. Lo saludó con un gesto, pero el profesor pareció no reconocerlo. Lo llamó por su nombre pero ya se había alejado y Sinclair pensó que no había llegado a oirle. El día había empezado mal y parecía que empeoraba con las amenzas de aburrimiento que flotaban en su ánimo. Decidió volver a casa, a la lectura y a la investigación, para esperar las cartas que con seguridad llegarían aumentadas para compensar las no recibidas antes.
Esa noche el hombre no durmió bien y se despertó muy temprano. Bajó, y mientras desayunaba comenzó a espiar por la ventana esperando la llegada del cartero. Por fin lo vio doblar la esquina y su corazón dio un salto. Sin embargo, el cartero pasó frente a su casa sin detenerse. Sinclair salió y lo llamó para confirmar que no había cartas para él, pero el cartero le aseguró que no había nada en su saco para ese domicilio y le confirmó que no había ninguna huelga de correos ni problemas en la distribución de cartas de la cuidad.
Lejos de tranquilizarlo, esto le preocupó todavía más. Algo estaba pasando y tenía que averiguar de qué se trataba. Se pùso una chaqueta y se dirigió a casa de su amigo Ángel. Apenas llegó, se hizo anunciar por el mayordomo y esperó en la sala de estar a su amigo, que no tardó en aparecer. Sinclair avanzó al encuentro del dueño de la casa con los brazos extendidos, pero éste se limitó a preguntar 'Perdón, señor, ¿Nos conocemos?'
El hombre creyó que era una broma y rió forzadamante presionando al otro para que le sirviera una copa. El resultado fue terrible: el dueño de la casa llamó al mayordomo y le ordenó echar a la calle al extraño, que ante tal situación se descontroló y empezó a gritar y a insultar, dando aún más motivos al fornido empleado para que lo empujara con violencia a la calle.
Camino de su casa, se cruzó con otros vecinos que lo ignoraron o actuaron con él como si no le conocieran.
Una idea se había apoderado de su mente: Había una confabulación en su contra, y él había cometido una extraña falta contra aquella sociedad, dado que ahora lo rechazaba tanto como unas horas antes lo había estado valorando. No obstante, por más que pensaba no podía recordar ningún acto que pudiera ser tomado como ofensa, y menos alguno que involucrara a toda la ciudad.
Durante dos días más, se quedó en casa esperando correspondencia que no llegó. o anhelando la visita de alguno de sus amigos que, extrañado por su ausencia, tocara a su puerta para saber de él. Pero no pasó nada: nadie se acercó a su casa. La señora de la limpieza faltó sin avisar y el telefono dejó de funcionar.
Entonado por una copita de más, la quinta noche Sinclair decidió ir al bar donde siempre se reunía con sus amigos para comentar las tonetrías cotidianas. Apenas entró, los vio como siempre en la mesa del rincón que solían elegir. El hombre acercó una silla y se sentó. De inmediato se hizo un lapidario silencio que denotaba lo indeseable que les resultaba a todos el recién llegado. Sinclair no aguantó más.
- ¿Se puede saber qué os pasa a todos conmigo? Si os hicé algo que os molestó, decídmelo y acabemos con esto, pero no me trateis así, porque me esoy volviendo loco.
Los demás se miraron unos a otros, entre divertidos y fastidiados. Uno de ellos hizo girar su dedo índice sobre su sien, diagnoticando al recién llegado. El hombre volvió a pedir un explicación, después la suplicó y, por último, cayó al suelo implorando que le explicaran por qué le estaban haciendo aquello.
Sólo uno de ellos quiso dirigirle la palabra.
- Señor, ninguno de nosotros le conoce, así que no nos ha hecho nada. De hecho, ni siquiera sabemos quién es usted.
Las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos y salió del local arrastrando su humanidad hasta casa. Parecía que cada uno de sus píes pesaba una tonelada.
Ya en su cuarto, se tiró sobre la cama. Sin saber cómo ni porqué había pasado a ser un desconocido, un ausente. Ya no existía en las agendas de los corresponsales ni en el recuerdo de sus conocidos, y menos aún en el afecto de sus amigos. En su mente aparecía un pensamiento, como un martilleo: la pregunta que los demás le hacían y que él mismo empezaba a hacerse: '¿Quién eres?'
¿Sabía él realmente contestar a esa pregunta? Él conocía su nombre, su domicilio, la talla de su camisa, su número del documento de identidad y algnos otros datos que lo definían para los demás. Pero fuera de eso, ¿quién era verdadera, interna y profundamente? Aquellos gustos y actitudes, aquellas inclinaciones e ideas, ¿erean suyos verdaderamente? ¿O eran como tantas otras cosas, un intento de no defraudar a quienes esperaban que él fuera quien había sido? Algo empezaba a estar claro: ser un desconocido lo liberaba de tener que ser de una manera determinada. Fuera como fuera, nada cambiaría en la respuesta de los demás hacia él. Por primera vez en muchos días, descubrió algo que lo tranquilizó: esto lo ponía en una situación que le permitía actuar como quisiera sin buscar la aprobación del mundo.
Respiró hondo y sintió el aire como si fuera nuevo, entrando en sus pulmones. Se dio cuenta de que la sangre le fluía por las venas, percibió el latido de su corazón y se sorprendió de que, por primera vez, no temblaba.
Ahora que, por fin, sabñia que estaba solo, que siempre lo había estado, que sólo se tenía a si mismo, ahora podía reir... O llorar... Pero por él, y no por los demás. Ahora, por fin, lo sabía: Su propia existencia no dependía de los demás.
Había descubierto que le había sido necesario estar solo para poder encontrarse consigo mismo. Se durmió tranquila y profundamente y tuvo hermosos sueños. Despertó a las diez de la mañana, descubriendo que un rayo de sol entraba a esa hora por la ventana e iluminaba su cuarto de forma maravillosa.
Sin bañarse, bajó las escaleras tarareando una canción que nunca había escuchado y encontró algo debajo de su puerta; una enorme cantidad de cartas dirigidas a él.
La señora de la limpieza estaba en la cocina y lo saludó como si nada hubiera sucedido.
Y por la noche, en el bar, parecía que nadie recordaba aquella extraña noche de locura. Al menos nadie se dignó a hacer ningón comentario al respecto.
Todo había vuelto a la normalidad... salvo él, por suerte, él. Todo era igual, salvo que aquel hombre jamás olvidaría quién era."
Y colorín colorado, derrítete, o arde, da igual. Nunca te vas a quedar en nada, porque siempre eres tú. Hielo o fuego, pero eres tú, y eso NO es no ser nada. Un beso, túpida :*·
Huella dejada por Eowyn a las 21 de Junio 2004 a las 04:43 PMTräne: el problema es que yo sé que no me quedaría en agua. O sólido o vapor. Esta vez si me van los extremos.
mon: Cambios de estado constantes. A mí también me ocurre.
Eowyn: Me ha encantado la historia, pero no creo que sea aplicable a mí.
Huella dejada por heartsbreaking a las 21 de Junio 2004 a las 05:30 PMXq no? Si no t va la historia, mis moralejas fijo q si. Un besazo, tonta.
Huella dejada por Eowyn a las 22 de Junio 2004 a las 12:15 AMSi es q lo de intentar dominar los sentimientos o intentar se una cosa q no somos, no funciona.
Y con lo bonito q eso q dices d: dirretirte con sus palabras, mae mia, hay con cosas q derretirse no puede ser malo y si son con unas palabras, unos abrazos, unos besos, yo quiero llegar a ser agua por ello no m importa llegar a ser vapor.
Mejor me lo pones Heart, el vapor limpia mejor, llega a más sitios y se hace notar menos.
Rutty, de acuerdo contigo :)
Huella dejada por Träne a las 22 de Junio 2004 a las 04:09 PM