[...Finalmente te quedas sin fuerzas y caes rendida...]
Despertarás a la mañana siguiente sintiéndote vacía. Mirarás al espejo y verás un reflejo que no conoces. Unos labios y ojos hinchados te dirán lo que pasó anoche. Escucharás atentamente y lavarás tu rostro.
Limpiarás el suelo, recogerás el dolor y lo guardarás. Por ahora no te atreves a tirarlo.
Pasarán los días y sentirás que algo te falta, pero vas viviendo...
Un lunes, el odio te visita. Ese odio que creías que no existía o que creías haber vencido. Mantienes una lucha con él. Gritos, golpes, llantos...Buscas en los cajones aquel dolor que guardaste una vez con la intención de arrojarlo, pero no puedes. El dolor no quiere irse, nunca te librarás de él. Es demasiado intenso y pesado para si quiera arrastrarlo. Ella lo ocasionó. Con esa fuerza que la caracteriza lo clavó en tu alma. Sabes que no lo sacarás de ahí. Te rindes.
Decides salir a la calle y miras al cielo por primera vez desde hace semanas. Ves gente a tu alrededor, sonríes, observas, hablas...el dolor existe, pero lo vas enterrando.
Vuelves a vivir, conoces gente, experimentas, estudias, ríes, tocas...parece que vuelves a ser tu misma. Tienes ganas de superarlo.