Anochece pronto. Un murmullo constante empieza a levantarse fuera, en la calle. Escuchas atentamente. Gotas de lluvia rebotan en la ventana y se deslizan por el duro cristal. El otoño ha llegado.
La atmósfera se vuelve triste y la melancolía acecha bajo la puerta. Una casa vacía y la habitación ardiendo de silencio. Mi guitarra pronuncia el nombre de quien la acaricia diariamente. Se apagan las luces y la oscuridad reina en la noche una vez más. El ruido de la lluvia acompaña a los dos únicos acordes que se repiten sin cesar, creando una melodía dulce y sencilla.
Todo parece mágico a la luz de una vela. Los sonidos, las sombras... todo es distinto. Bajo mis dedos bailan sus cuerdas mojadas. Lágrimas caprichosas compiten con las caídas del cielo y una voz intenta salir en el cambio de ritmo. Pero sólo un susurro débil, enfermo por el frío, roto y rasgado acaricia el ambiente de tu recuerdo.